¡Mamá, cógeme!
Recuerdo que antes de ser mamá disfrutaba mucho el coger o cargar en brazos a los bebés. Mis primas y mis amigas tuvieron criaturas antes que yo, cuando era más joven. Tengo el recuerdo de coger en brazos a los bebés para dormirles y cantarles. Recuerdo también como, trabajando en el hospital en algún turno de noche, en algún momento y con el permiso de las familias agotadas por el ingreso, me ofrecía para coger a sus bebés para cantarles y acunarles. Alguna compañera todavía a día de hoy dice eso de “dejárselo a Reyes, que seguro que le duerme”.
Cuando nació mi primera criatura, cogerle y portearle era una de las cosas que más disfrutaba. Realmente me nutría, me hacía sentir poderosa. El día que subí a la habitación tras abandonar el paritorio en el hospital, lo primero que vi tras entrar en la habitación fue una cama, un sofá y una mini cuna. La verdad que fue muy práctica para poner los trastos, pero no sentía que ese lugar, esa mini cuna, fuera para mi bebé. Sentimos que su lugar siempre fue nuestros brazos. En el postparto me sentía con fuerzas para tenerle en mis brazos todo el tiempo. En mi tercer parto, al llegar a la habitación del hospital, pedimos que se llevaran la cuna, que nos quitaba mucho espacio en la habitación y no nos servía para mucho.
En aquella época no teníamos capazo. Tampoco teníamos planeado comprar ningún carro de tres posiciones. Una amiga que había sido mamá antes que yo, estaba muy preocupada por no elegir un carro para pasear al bebé, acostarle o dejarle despierto mirando al techo. Finalmente mi amiga nos regaló una silla que se cerraba, ocupaba poco, y que utilizamos cuando nuestro bebé empezó a caminar. La silla pasó mucho tiempo en el maletero del coche sin ocupar espacio.
El porteo fue la mejor opción para nosotras. Primero en fular hasta casi los 6 meses, y después en la mochila ergonómica. Revivir en mí esa época me hacer estremecer. Cargar con mis hijos fue todo un regalo. Oler su aliento, sentir sus movimientos, mirarnos a los ojos, y ver su sonrisa y su llanto era medicina para mi alma. Recuerdo que era capaz de contar al día cuantos pedos se tiraba, y que hiciera caca era toda una fiesta.
He tenido la suerte y el regalo de vivir así, con bebés entre mis brazos, durante más de diez años. Diez años que se me hicieron cortos, y de los que guardo los recuerdos más nítidos de mi vida. Es como si mi vida hubiera empezado con mi primer hijo, sintiendo y experimentando sensaciones, emociones puras, verdaderas y tan fuertes como una vida.
Ahora aquel bebé ya no me pide que le coja, ni siquiera podría cogerle. Ahora solo le canto, cuando no le molesta, claro.
¿Pues sabéis qué? Yo añoro cogerle. Todavía hoy desearía que se durmiera encima de mí. Y yo me pregunto: ¿quién se ha “malacostumbrado” a las brazos, él o yo? Siempre escuché en mi círculo más cercano frases como “le vas acostumbrar a los brazos”, “luego va a ser imposible dejarle en ningún otro sitio”, “tanto mimo no es bueno, tienes que ser dura”… y otros consejos que escuchaba sin pedirlo. Pues bien. Ahora, después de haber ido a contra corriente, después de haber hecho lo que yo sentía, puedo decir que la que se malacostumbró fui yo. Sí, yo. Siento que quiero más, siento que mis criaturas tienen un apego seguro, y que es su mamá la que necesita volver a esa manera de hacer para revivir ese poder del maternaje desde el contacto, la piel y la emoción.
Reconozco que ahora la conexión con mi hijo es otra. Estamos encontrando otras fuentes para nutrirnos el uno del otro. Ya no tenemos ese contacto tan directo como aquel con el que los dos conectábamos antes, y que compartimos durante muchos años. Ahora, nuestra conexión es mas intelectual, más de retos mentales, de escuchar, y saber en qué batalla puedo acompañar, y en cuál es mejor quedarme como espectadora, porque si entro tendría todas las de perder.
En este momento de nuestras vidas, yo quiero seguir siendo equipo, aunque ya no sea yo sola la que tome las decisiones como antes. Ahora las tomamos las dos. En algo seguimos confluyendo, y es que seguimos creando nuestra relación de madre -hijo como nos nace, como sentimos, y no como el mundo nos dice que debería ser.